LIBERTAD ABSOLUTA DE CONCIENCIA
La Cábala y la Masonería
Cábala del hebreo: קַבָּלָה [Qabbaláh] significa tradición; más concretamente tradición oral, entendiendo por ello esa parte de las enseñanzas tradicionales que nos vienen de Moisés, en el Sinaí, cuándo él recibió una revelación procedente de Jehová y la escribió en una serie de libros que figuran en cabeza de las escrituras. Éstos contienen la descripción de cómo el mundo fue creado por un grupo de obreros llamados Elohims, obreros que poseían una mente, pero sin corporeidad física, y nos dice después de qué forma, bajo qué reglas, el mundo funciona.
Si ese relato de Moisés es auténtico, tendríamos ahí una pieza de incalculable valor, ya que sería la noticia explicativa del funcionamiento de la máquina del mundo, o de sus "instrucciones". Pero los libros de Moisés son difíciles de entender por una razón: porque nuestro organismo psíquico está poco preparado para su comprensión y somos como un párvulo al que se le diera un libro de fórmulas matemáticas.
En el primer capítulo del Génesis, Moisés nos dice que el mundo fue creado en siete días. Esto está claro y lo entendemos perfectamente, pero si lo razonamos, nos damos cuenta de que es imposible que un artefacto tan complejo como nuestro mundo haya podido ser elaborado en siete días tal como hoy los conocemos. Nos decimos que los días de entonces debían de ser distintos a los de ahora, y que Moisés se refiere a épocas, a períodos y que cada día de la creación constituye un proceso generativo que quizá haya durado millones y millones de años nuestros.
Por otra parte, para entender a Moisés, además de saber la lengua hebraica convencional, es preciso conocer el significado de cada letra en particular. Ese código hebraico primitivo está formado por 22 letras, que van del Aleph al Tau. Cada una de estas letras representa un estado de las energías primordiales, y al constituir con ellos una palabra, se expresa un modo de ser, una cualidad compleja, que puede ser positiva, negativa, neutra o las tres cosas sucesivamente, de acuerdo con el período de regencia de cada una de las letras.
El que esta palabra, traducida convencionalmente, signifique caballo o cedro, tiene poca importancia. Lo importante son las fuerzas que actúan en las distintas letras que la componen.
La Cábala es una reflexión profunda, inacabable, sobre el significado de cada una de las letras que componen el relato de Moisés. Este relato empieza con la palabra Bereschit, compuesta por las letras Beith-Reish-Aleph-Shin-Yod-Tau, y ahí empieza la Cábala, preguntándose qué puede significar ese conjunto de letras. Entonces aparece un cabalista y dice: en esas seis letras se encuentra la explicación del misterio de los seis días de la creación, puesto que en el séptimo Dios descansó y, por consiguiente, ninguna fuerza está activa en este día. De esta forma el cabalista va meditando, letra por letra, sobre el relato bíblico y comunica a sus discípulos el resultado de sus meditaciones, aportando su grano de arena a la comprensión del gran misterio del mundo.
La Cábala, o sea el conjunto de esas meditaciones, se transmitió oralmente durante siglos, hasta que un día los rabinos, al verse constantemente expulsados de sus países de origen y dispersados, temiendo que la tradición se perdiera, decidieron consignarla por escrito y ello dio lugar al libro que conocemos con el nombre de «Zohar» o «libro del Esplendor». Y sobre este libro, que es un comentario de la Biblia, se han escrito centenares que son a su vez reflexiones sobre el significado de las letras del relato bíblico.
Sin embargo, todos los cabalistas están de acuerdo en estimar que la enseñanza oral es superior a la enseñanza escrita, porque lo escrito es algo cristalizado, sin posibilidad de cambio, mientras que la verdad es un valor permanente, en constante evolución, y la enseñanza oral incorpora a la doctrina los nuevos valores que van apareciendo.
Dicho esto, debemos preguntarnos si tantos siglos de reflexión han dado un resultado concreto en lo que se refiere a la comprensión de las leyes del mundo. El estudio de la Cábala ¿nos permite movernos mejor en el universo en que vivimos? La respuesta a esta pregunta es afirmativa.
La ciencia cabalística ha puesto en pie un sistema lógico que permite ir descubriendo la dinámica de la creación, de tal forma que los errores van auto eliminándose al evidenciarse que difícilmente encajan dentro del edificio levantado por el pensamiento.
La Cábala explica la creación a través de un esquema llamado «el Árbol Cabalístico», en el que figuran diez Séfiras (Sefirot) o centros de vida, cada uno de ellos ligado al otro por un sendero. Esos diez Séfiras son centros transformadores de las energías primordiales y pueden ser comparados a nuestras modernas fábricas donde las materias primas son elaboradas y convertidas en objetos concretos.
El Árbol está formado por tres columnas, la de la derecha, llamada de la misericordia o de la tolerancia; la de la izquierda, que es la de las normas o el rigor, y la del centro, que es la del equilibrio. El primero de sus centros, situado en lo alto de la columna del centro, se llama «Kether». Kether es el Séfira de la voluntad, ya que, nos revela la Cábala, la voluntad es la que lo mueve todo. El primer acto de creación divino es un acto de voluntad que puso en marcha todo el proceso de creaciones ulteriores.
La particularidad de la Cábala y su superioridad sobre los demás sistemas filosóficos es que contempla la creación más allá de un hecho histórico, como algo actual que está sucediendo en cada uno de nosotros constantemente. Por lo tanto, dice la Cábala, si Dios creó el mundo mediante un acto de voluntad ese procedimiento quedó interiorizado en la dinámica del universo de tal manera que, para crear cualquier cosa, grande o pequeña, será preciso que el hombre movilice en él la voluntad.
La voluntad es el atributo de Kether y Kether se encuentra interiorizado en todos los niveles de la creación: o sea, Kether está en cada uno de nosotros, como lo están los demás centros del Árbol, y desde nuestro Kether particular debe salir la voluntad que pondrá en marcha el engranaje de los demás centros.
El segundo Séfira, situado en lo alto de la columna de la derecha, se llama «Hochmah», y es la fábrica especializada en amor-sabiduría, de modo que el amor es el segundo ingrediente que apareció en el proceso creativo, y ese amor primordial se define como la fuerza capaz de unir todo aquello que, por su naturaleza, puede ser unido. Es el ingrediente que lo unifica todo. A nivel individual, ese amor de Hochmah se manifiesta en nuestras vidas bajo la forma de circunstancias favorables a la realización de aquello que la voluntad ha programado, es lo que llamamos comúnmente suerte. De modo que la Cábala viene a decirnos: desplegad la voluntad con extremo vigor y veréis cómo os vienen del mundo las circunstancias que permitirán realizar aquello que la voluntad ha puesto en marcha. Es una ley que siempre se ve refrendada por la realidad y cada uno de nosotros puede comprobarlo con sus propias experiencias.
El tercer Séfira, situado en lo alto de la columna de la izquierda, se llama «Binah», y su atributo es la inteligencia activa. Es un centro especializado en la construcción de la idea-marco en el que el propósito de la voluntad ha de realizarse. Toda experiencia en curso necesita un marco legal en el que poder ser realizada, una estructura y unas normas. La cosmogonía de Moisés relata que, al iniciar su obra, Dios trazó un círculo para delimitar en ese espacio su creación. Ese círculo es el zodíaco. Del mismo modo, al disponernos a realizar una experiencia cualquiera, debemos definir un marco. Esa delimitación de un espacio aparece en las antiguas ciudades, que se construían dentro de un recinto amurallado, y esa necesidad de definir un espacio se expresa en nuestras logias con el compás, instrumento primordial al comienzo de la obra.
Esos tres primeros Séfiras se sitúan en un plano llamado por los cabalistas «Mundo de Emanaciones» (se corresponde al elemento Fuego), de modo que al comenzar cualquier experiencia, la parte más elevada de nosotros mismos la emana, en vistas a su proyección en el mundo material en que nos movemos.
El cuarto Séfira se denomina «Hesed», y su atributo es la expansión y el poder. Está situado por debajo de Hochmah en la columna de la derecha. Cuando Binah ha trazado el marco en que se desarrollará la experiencia y ha establecido las leyes que han de observarse necesariamente, dadas las condiciones de ese marco, entonces Hesed construye en él todo lo que ese espacio pueda abarcar.
Hesed es el primer Séfira del denominado «Mundo de Creaciones» (se corresponde con el elemento Agua), en el que actúan los sentimientos humanos, de modo que cuando la personalidad divina que hay en nosotros ha elaborado un programa de acción, lo transmite a nuestra personalidad emotiva para que le dé una forma que resulte complaciente para nuestras emociones. Cuando Hesed ha edificado su mundo con criterios sentimentales, entra en funciones el quinto Séfira, llamado «Gueburah», que es el rectificador, el que utiliza ese liquido que nosotros llamamos «Vitriol» para corregir el trazado, si es que Hesed ha vulnerado las leyes dictadas por Binah.
Después de haber actuado Gueburah, el deseo de la experiencia a realizar es más equilibrado y puede inscribirse en el programa del centro ejecutivo, representado por «Tiphereth», el sexto Séfira, segundo de la columna del centro.
Aparecen luego los tres Séfiras inferiores, los cuales se encargan de la elaboración mental del doble propósito que les viene de nuestra personalidad espiritual y emotiva. «Netzah», situado en la columna de la derecha, por debajo de Hesed, representa la armonía y la belleza.
Después de haberse equilibrado en Tiphereth, la experiencia debe ser recubierta de un bonito embalaje para que resulte más sencillo venderla. «Hod», que se sitúa a la izquierda, por debajo de Gueburah, aportará a la experiencia el punto de raciocinio necesario, le ayudará a encajar dentro de una línea lógica. Y «Yesod», el Séfira situado en la columna del centro, por debajo de Tiphereth, es el contacto con la realidad, el que le ofrece a la experiencia el último toque, la postrera instrucción antes de salir al mundo y desarrollarse. Los tres forman el Mundo de Formación (corresponde al elemento Aire).
Malkuth, situado al final de la columna central, es el Séfira número 10, que representa el mundo material en que vivimos. Forma el Mundo de Acción (corresponde al elemento Tierra).
La Cábala nos da un conjunto de reglas prácticas sobre la manera en que debemos conducir nuestra vida y sobre la forma correcta de crear nuestro mundo.
Las logias masónicas son la escenificación de la dinámica creadora; son los templos cabalísticos. En ellas aparecen las tres columnas del Árbol Cabalístico y podemos reconocer perfectamente en:
- El Venerable Maestro a Kether, dispensador de la voluntad.
- En el Orador encontramos la figura de Hochmah, el que une todo lo que puede ser unido y rechaza aquello que es disconforme a nuestra organización.
- En el Secretario encontramos a Binah, el institutor de la reglas.
- En el Tesorero vemos a Hesed, el que posee los medios, el poder de realizar.
- En el Experto vemos a Gueburah, el que tiene atributos para rectificar lo incorrecto.
- En el Primer Vigilante vemos a Tiphereth, el que transmite la voluntad del Venerable Maestro.
- En el Maestro de Ceremonias vemos a Netzah, encargado de que la voluntad de arriba se ejecute en el mundo de abajo.
- En el Guarda Templo vemos a Hod, encargado de la comunicación con el exterior.
- Y en el Segundo Vigilante encontramos a Yesod, el que contacta con el mundo de formación (se encarga de la formación de los aprendices).
El Árbol Cabalístico tiene 32 senderos. La Cábala nos dice que nuestra obra humana consiste en bajar los peldaños que van de nuestro ser espiritual a la realidad material, para luego subir las experiencias realizadas en el mundo de abajo hasta nuestro yo-eterno para enriquecerlo con ellas. Esta subida es la descrita por los alquimistas mediante ese proceso de purificación de los metales, y la que tiene lugar en nuestras logias a medida que ascendemos hacia ese mítico grado 33.
A cada paso que damos, debemos pronunciar una palabra de pase, una palabra compuesta de letras hebraicas que, como hemos dicho al principio, son fuerzas que describen un determinado estado espiritual. Al pronunciar la palabra, queremos decir que hemos alcanzado ese estado, que somos aquello y que, por consiguiente, tenemos derecho a que la puerta se abra.
Resulta complejo, en tan poco espacio, dar una idea del perfecto encadenamiento lógico del pensamiento cabalístico.
Eliphas Levi, uno de los hombres más eminentes que ha tenido la Cábala, dijo de ella que eran las matemáticas del espíritu, y es una justa apreciación.
La Cábala es la vía occidental por excelencia hacia el conocimiento trascendente, y en los próximos años ha de conocer un sorprendente desarrollo. Y la masonería está llamada sin duda a ser el vehículo material de instauración de las doctrinas cabalísticas.
La Cábala es otro de los puntales doctrinales de la masonería
Etimológicamente, la palabra Cábala viene del verbo Kabbal que significa “recibir”. Por tanto, se refiere a la “tradición”, a aquello que se “recibe” (kibbel), es decir, a una «enseñanza que pasa de la boca al oído» y que se remonta a los profetas del Antiguo Testamento. Pero como en toda transmisión o tradición espiritual, el núcleo interno de la Cábala no puede enseñarse intelectualmente porque sólo cabe interiorizarla, experimentarla y hacer de ello una forma de vida. De hecho, muchos cabalistas explican que la Cábala no se aprende sino que se recuerda dado que, en esencia, se trata de recuperar el estado de intimidad con Dios que poseía la Humanidad o el Hombre arquetípico (Adán) en el Paraíso antes de la Caída.
El núcleo más interno de la enseñanza se simboliza en la transmisión del Nombre secreto de Dios como la más alta y comprensible manifestación de la divinidad. Más allá de ello, la experiencia es inefable, no verbal, y no puede ser comunicada o enseñada sino vivida y experimentada. De ahí que los maestros de Cábala digan a sus discípulos que “no puedo decir más”, “ya lo he explicado por la palabra de la boca”, “esto es un secreto…”.
Al contrario de lo que muchos aficionados suponen, incluidos algunos masones, la Cábala, en última instancia, no trata de operaciones mágicas ni numéricas. Su finalidad consiste en proporcionar la enseñanza teórica y práctica para alcanzar la paz interior, estado edénico y, si es posible, obtener la “visión” de Dios. A estos efectos, las visiones obtenidas por Moisés, Jacob, Elías y, especialmente, por Ezequiel han sido consideradas por la tradición talmúdica como descripciones de la hoja de ruta del meditador.
Cuando el profeta Ezequiel dice “Miré y vi un viento huracanado del norte, una gran nube y un fuego destellante, con resplandores en torno, y la visión del Chashmal, en el centro del fuego” (Ezequiel 1:4), los maestros de la cábala han identificado esas experiencias con determinados itinerarios del místico. Así, el Zohar enseña que el “viento huracanado”, la “gran nube”, y el “fuego destellante” se refieren a los tres niveles de las quelipot o “cáscaras” que aturden la mente y sirven de obstáculo con el fin de probar la determinación del aspirante que desea ascender. Según el Zohar, esas son también las tres barreras visualizadas por el profeta Elías: “Un viento fuerte e impetuoso…un terremoto… un fuego… y después del fuego, una tranquila vocecilla” (1 Reyes 19: 11,12). También el Midrash relaciona este fuego con la escalera del sueño de Jacob por la que subían y bajaban ángeles.
Según Ezequiel, la experiencia profética comienza con un “viento huracanado” (Ruach Saarah) en alusión a las “perturbaciones mentales” que obstaculizan la concentración del meditador (recuérdese el atronador ruido de trompetas que escucha Moisés conforme subía el monte Sinaí).
Después la mente topa con una “gran nube” (el segundo qelipah), es decir, un estado cognitivo en donde la mente no puede ver ni experimentar nada. Por su parte, como la experiencia profética de Elías fue auditiva en vez de visual, describe esta segunda barrera como un “fuerte ruido” (Raash).
La tercera barrera aparece como un fuego aterrador, que cabe identificar con ciertas sensaciones como el mareo, taquicardia, vértigo o sudoración, etc. ante el abandono momentáneo de la consciencia física y mental. Si se mantiene ese estado de concentración, se alcanza el nivel de Nogah, el “resplandor”, una luz que brilla en la oscuridad, o de Chashmal, en el que la sensación de individualidad queda totalmente anulada. La palabra Chashmal procede de: Chash (silencio) y Mal (habla) que describe el estado de “silencio elocuente” en el que se puede oír la palabra de Dios y se produce la visión divina. Equivale a la escucha de la “suave vocecilla” del profeta Elías.
Podría considerarse que la Cábala cristiana se inicia con los textos redactados por judíos conversos en España a partir de finales del siglo XIII (Abner de Burgos, Pablo de Heredia, etc.). Sin embargo, esta corriente apenas tuvo repercusión. El desarrollo de las especulaciones cristianas sobre la Cábala se inicia realmente en torno al ambiente creado por la Academia platónica de los Médicis en Florencia.
Bajo la supervisión y estudios de Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494), conversos como Raymond Moncada (Flavius Mithridates) comenzaron a traducir al latín textos cabalistas. Esta extraordinaria difusión de la literatura cabalística se debe a que los místicos y filósofos renacentistas creían haber descubierto en ella la revelación original hecha por Dios a Moisés y a los profetas que se habría conservado gracias a una transmisión oral y escrita ininterrumpida custodiada por los cabalistas. Con esta doctrina no sólo se podía entender mejor la filosofía de Pitágoras, Platón o el orfismo, sino que también se podría obtener la confirmación de algunos aspectos de la fe católica como por ejemplo la divinidad de Jesucristo, los dogmas de la Trinidad o de la Encarnación, etc.
Aunque la Iglesia rechazó estas ideas, lo cierto es que la Cábala irrumpió con vigor en los círculos de los platónicos cristianos y, en general, en los ambientes intelectuales renacentistas europeos.
Siguiendo la labor de Pico de la Mirandola, el hebraista cristiano Johannes Reuchlin (1455-1522) publicó en latín los primeros textos de Cábala escritos por un no judío; De Verbo mirífico (Del Nombre del obrador de milagros) en 1494 y De arte cabbalistica en 1517. La labor de estos dos autores sirvió para que en 1516 Paolo Ricci, médico privado del emperador Maximiliano, tradujera al latín Las puertas de la Luz (Shaarey Orah) de José Gikatalia (1248-1323), un cabalista nacido en Medinaceli (Valladolid) discípulo de Abulafia, que desarrollaba la técnica de meditación en los diez nombres de Dios asociados a las diez sefirot. Poco tiempo después Cornelius Agrippa de Nettesheim publicaba De occulta philosophia (1531) dando paso a la tendencia mágico-práctica de la cábala.
De esta manera, en la primera mitad de siglo XVI, filósofos neoplatónicos, teólogos cristianos, alquimistas y astrólogos, deslumbrados por el supuesto descubrimiento de una tradición bíblica primigenia o por la expectativa de manipular la naturaleza por medio del poder de las letras hebreas y de los números, se embarcaron en una vasta operación hermenéutica para adaptar las categorías y conceptos cabalistas a la dogmática cristiana. Por ejemplo, las tres primeras sefirot recibieron una interpretación trinitaria, la Shejinah o aspecto femenino de Dios se identificó con la Virgen María, y Jesucristo con el Hombre primodial o Adan Kadmón, etc. En esta labor destacó el cardenal Egidio de Viterbo (1465-1532) o el franciscano Francesco Giorgio de Venecia (1460-1541), que publicó Die Harmonia mundi (1525) y Problemata (1536). Entre los jesuitas, destacó sin duda Athanasius Kircher y su Oedipus Aegyptiacus.
Las fuentes de la Cábala eran ahora traducidas del hebreo al latín. El místico cristiano Guillaume Postel (1510-1581) publicaba en Paris el Sefer Yetzirah (1552) y el Zohar antes de que se imprimiera por primera vez en lengua hebrea en Mantua en 1562.
En este clima propicio a la meditación pura y la especulación teosófica, Jacob Boehme redactará sus escritos teosóficos integradores de diversas corrientes esotéricas y místicas al igual que años antes habían sido publicados por Heinrich Khunrat en su Amphiteatrum Sapientiae Aeternae (1609) que se prolongaron en una potente corriente publicista frecuentada después por masones. Citemos a Abrahán von Frankenberg (1593-1652), Robert Fludd (1574-1637), Thomas Vaughan (1622-1666), Georg von Welling y su Opus mago-cabbalisticum (1735).
Christian von Rosenroth publicará su Cábala denudata a lo largo de los años 1677 y 1684. A Franciscus Mercurius van Helmot (1614-1699) debemos una obra con el significativo título de Adumbratio Cabalae Christianae que tuvo una notable influencia en los círculos platónicos de Inglaterra. Otras importantes obras de sincretismo judeocristiano fueron el Traité de la réintégrations del êtres, de Martines de Pasqually (1727-1774), discípulo de Louis Claude de St. Martin o la Philosophie der Geschichte oder Über die Tradition, de Franz Josef Molitor (1779- 1861) que entronca ya con las tendencias más recientes de los siglos XIX y XX.
(*) masoneriadelmundo.com - La Cábala