LIBERTAD ABSOLUTA DE CONCIENCIA

«Laicidad» y masonería

 

masonería liberal en Frencia

«La masoneria adogmatica se ha declarado laica, que en ningun caso significa antirreligiosa y no impone ninguna interpretación dogmática de los símbolos en que los francmasones sustentan su trabajo. Tiene como principios la tolerancia mutua, el respeto de los demás y de uno mismo, y la absoluta libertad de conciencia. Y defiende la más absoluta libertad de conciencia y de pensamiento.»

La masonería no es una religión ni un sustituto de la religión. No impone ni recomienda ninguna fe o la falta de ella. Así pues, un masón puede profesar la religión que desee o ninguna sin entrar en contradicción con los principios masónicos.

La masoneria adogmatica se ha declarado laica, que en ningun caso significa antirreligiosa.

 

“La Masonerá tiene mucho que ofrecer. Sin olvidar las miserias del mundo en los tiempos actuales, tiende verdaderamente a la universalidad, pues se ocupa de lo que hay de eterno en el hombre, en todos y cada uno de los hombres.”

Freddy De Greef

El laicismo reposa en el principio de la libertad absoluta de conciencia. Libertad de espíritu: emancipación respecto de todos los dogmas: derecho a creer o no creer en Dios; autonomía del pensamiento frente a las limitaciones religiosas, políticas, económicas; liberación de los modos de vida en relación con los tabúes, ideas dominantes e ideas dogmáticas.

La “laicidad” intenta liberar al ciudadano de todo lo que aliena o pervierte el pensamiento, especialmente las creencias atávicas, los prejuicios, las ideas preconcebidas, los dogmas, las ideologías opresoras, las presiones de orden cultural, económico, social, político o religioso, trata de desarrollar en el ser humano, en el cuadro de una formación intelectual, moral y cívica permanente, el espíritu crítico así como el sentido de la solidaridad y de la fraternidad.

La masonería respeta sobremanera a los creyentes y a las iglesias, defiende su derecho y su deber a su auto-gestión y auto-financiación, para que, en plena libertad puedan desarrollar sus actividades sin ingerencias externas.

Sin embargo, algunas iglesias, en especial la católica, si son combativas contra la masonería, principalmente esgrimen una razón: “Los masones tienen un concepto de la divinidad opuesto al de la revelación judeo-cristiana. No aceptan al Dios Trino, único y verdadero. Su deidad es impersonal. El falso dios de la razón.”

Sin embargo, algunas iglesias, en especial la católica, si son combativas contra la masonería, principalmente esgrimen una razón: “Los masones tienen un concepto de la divinidad opuesto al de la revelación judeo-cristiana. No aceptan al Dios Trino, único y verdadero. Su deidad es impersonal. El falso dios de la razón.”

Pueden consultar los documentos donde el catolicismo prohíbe la masonería:

  • Clemente XII, In Eminenti, 24 abril, 1738.
  • Benedicto XIV, Providas, 18 mayo, 1751.
  • Pío VII, Ecclesiam a Jesu Christo, 13 sept., 1821.
  • León XII, Quo Graviora, 13 marzo, 1825.
  • Pío VIII, Traditi Humilitati, encíclica, 24 mayo, 1829.
  • Gregorio XVI, Mirari Vos, encíclica, 15 agosto, 1832.
  • Pío IX, Qui Pluribus, encíclica. 9 nov., 1846.
  • León XIII, Humanum Genus, encíclica, 20 abril, 1884.
  • León XIII, Dall’alto dell’Apostolico Seggio, encíclica, 15 de octubre 1890.
  • León XIII, Inimica Vos, encíclica 8 diciembre, 1892.
  • León XIII, Custodi Di Quella Fede, encíclica 8 diciembre, 1892.
  • Otras religiones, especialmente las monoteistas, han condenado igualmente la masonería.

I. - La historia

La reivindicación laica se ha desarrollado esencialmente allí donde una iglesia (con mayor frecuencia, la católico-romana) ha querido imponer un poder totalitario en sentido estricto, es decir, que englobe todos los aspectos de la sociedad civil, política, económica… allí donde la religión se ha convertido en poder.

Frente a este poder se han manifestado sucesivos impulsos de liberación, unas veces política, otras espiritual o ambas a la vez. En la Edad Media, nacieron en el seno de la Iglesia Católica algunos movimientos inmediatamente calificados como heréticos yrápidamente sofocados. De los primeros reformadores a los filósofos del siglo XVIII, la idea evolucionó, permaneciendo, no obstante, asociada a un doble movimiento emancipador:

  • el del librepensamiento, que se liberaba poco a poco de los dogmas.
  • el de una sociedad que reivindicaba las libertades políticas.

Frente a esto, la Iglesia Católica, dirigida por un papado enganchado a un poder temporal ni siquiera reconocido por sus textos fundacionales, se fue encerrando cada vez más en un rechazo total, una negación definitiva de todo movimiento emancipador.

La más que milenaria alianza entre el trono y el altar hizo inevitable la contestación religiosa desde el mismo momento en que se patentizaba la contestación política.

En este estado espiritual, los filósofos del siglo XVIII, animados por el espíritu de las Luces, efectúan un doble asalto ideológico contra las dos formas de absolutismo, regia y religiosa. La reivindicación de la libertad de pensar y la referencia a la Razón radicalizan este movimiento.

En el siglo XIX, la progresiva formación de la idea republicana, su anclaje en la plataforma de las libertades revolucionarias, del progreso social, de la liberación de los espíritus de toda forma de oscurantismo, dio el toque final a esta evolución.

La separación de las iglesias y el Estado habría podido ser el símbolo de de acabamiento de una etapa esencial, de no haber sido cuestionada constantemente, directa o indirectamente, por los ataques de todos los que están convencidos de que el hombre es incapaz de asumir plenamente los efectos de su libertad absoluta de conciencia.

Si en muchas ocasiones en la historia todos los grandes combates por la libertad y la justicia fueron portadores de la exigencia de “laicidad”, todos los períodos reaccionarios viraron por oposición al regreso de la dominación religiosa. La dictadura de Franco, entre ellos.

Renacimiento, Reforma, Revolución, República: estas diferentes etapas de la formación del ideal laico han dado al ciudadano un sitio particular en la Europa en construcción. El problema actual en este sentido es claro:

  • o renuncia a esta especificidad y abandona el enorme progreso ya alcanzado en la historia.
  • o se convence de que la idea laica, lejos de suponer un freno para la integración europea, puede ser, al contrario, una enorme aceleración de la marcha hacia la unidad. 

II.- Los Valores laicos

El humanismo laico reposa en el principio de la libertad absoluta de conciencia. Libertad de espíritu: emancipación respecto de todos los dogmas: derecho a creer o no creer en Dios; autonomía del pensamiento frente a las limitaciones religiosas, políticas, económicas; liberación de los modos de vida en relación con los tabúes, ideas dominantes e ideas dogmáticas.

La “laicidad” intenta liberar al niño y al adulto de todo lo que aliena o pervierte el pensamiento, especialmente las creencias atávicas, los prejuicios, las ideas preconcebidas, los dogmas, las ideologías opresoras, las presiones de orden cultural, económico, social, político o religioso.

La “laicidad” trata de desarrollar en el ser humano, en el cuadro de una formación intelectual, moral y cívica permanente, el espíritu crítico así como el sentido de la solidaridad y de la fraternidad.

La libertad de expresión es el corolario de la libertad absoluta de conciencia. Es el derecho y la posibilidad material de decir, escribir y difundir el pensamiento individual y colectivo. Las nuevas técnicas de comunicación hacen que esta exigencia sea cada vez más vital. Y en este campo de la información y de la comunicación más que en otros, ha de extremarse la vigilancia frente a los enormes medios de manipulación y perversión del pensamiento.

La moral laica que resulta de aquí es simple. Reposa en los principios de tolerancia mutua y de respeto a los otros y a sí mismo. El bien es todo lo que libera, lo que abre; el mal, todo lo que esclaviza y degrada. La “laicidad” trata, en este contexto, deproporcionar al hombre los medios para adquirir total lucidez y plena responsabilidad sobre sus pensamientos y actos.

Fundada sobre las necesidades de la vida en sociedad y la promoción de la libertad individual, la “laicidad” es esencial para la construcción de la armonía social y para reforzar el civismo democrático. Tiende a instaurar, por encima de las diferencias ideológicas, comunitarias o nacionales, una sociedad humana favorable al desarrollo de todos, sociedad de la que serán excluidos toda explotación o condicionamiento del hombre por el hombre, todo espíritu de fanatismo, de odio o de violencia.

Ciertamente, la tolerancia es la consecuencia lógica de los valores precedentes, sin los cuáles la armonía social está en peligro. Pero la tolerancia sólo tiene sentido si es mutua, y tendrá siempre como límites la intolerancia, el rechazo del otro, el racismo y el totalitarismo.

El rechazo del racismo y de la segregación bajo todas sus formas es inseparable del ideal laico. La sociedad nueva que queremos no puede ser la simple yuxtaposición de comunidades que a lo mejor se ignoran, a lo peor se exterminan. Ninguna sociedad de paz puede construirse sobre la separación definitiva de grupos culturales, lingüísticos, religiosos, sexistas u otros. Es demasiado fácil el paso de separación a segregación, a rivalidades y conflictos. Y esto incluso si la separación es presentada como necesidad vital de desarrollo.

El ideal laico no puede, en ningún caso, acomodarse a la idea de “desarrollo por separado”, con frecuencia practicado en sociedades de tipo anglosajón. El principio mismo de “discriminación positiva” no sabría constituir en sí mismo una solución para la liberación de un grupo. El único medio de desarrollo social es la integración, diferente a la asimilación, la participación de todos en una colectividad de ciudadanos libres e iguales en derechos y deberes. Los únicos grupos sociales aceptables descansan en la elección, la libre pertenencia y la apertura.

La ética laica conduce, en fin, inevitablemente a la justicia social: igualdad de derechos e igualdad de oportunidades. Educación laica, escuela, derecho a la información, aprendizaje de la crítica son las condiciones para esta igualdad.

III.- Las prácticas laicas, un estatuto cívico y social

Más allá de los principios, la “laicidad” es una actitud cuyos campos de aplicación abarcan todos los aspectos de la sociedad. El principio de este estatuto cívico, jurídico, institucional, es simple. Reposa sobre la distinción clara, para cada ciudadano, entre una esfera pública y una esfera privada:

  • La esfera privada, personal, la de la libertad absoluta de conciencia, donde se experimentan las concepciones filosóficas, metafísicas, las creencias, las eventuales prácticas religiosas y los modos de vida comunitarios.
  • La esfera pública, ciudadana, en la que el ciudadano evoluciona socialmente, económicamente, políticamente, jurídicamente. Aquí las reglas están claramente definidas y basadas en los Derechos del Hombre. Ningún grupo, ningún partido, ninguna secta, ninguna iglesia podrán pretender penetrar o manipular en provecho propio el funcionamiento de la sociedad ciudadana así definida.

La separación de las iglesias y el Estado es la piedra angular de la laicización de la sociedad. No debería sufrir ni excepción, ni modulación ni planificación. Su totalidad, su integralidad son la condición para su existencia misma. Es la única manera de permitir a cada uno creer o no creer, liberando a las mismas iglesias de lógicas de alianzas convencionales con el Estado. Si las iglesias quieren existir, que sus fieles les provean con sus medios, pues la religión es asunto de convicción personal.

Si el Estado garantiza la total libertad de cultos y la expresión y difusión del pensamiento, no privilegia a ninguno, a ninguna comunidad, ni financiera ni políticamente. No es incumbencia del Estado regular las relaciones entre las iglesias, desde el momento en que no reconoce a ninguna. En el marco general de sus atribuciones políticas, el Estado vela por el ejercicio de las libertades individuales de cada uno, por el orden público y por la armonía social entre los ciudadanos.

Desde el momento en que el Estado considera que la religión es asunto privado, no susceptible de atraer su atención sino cuando sus manifestaciones pudieran atentar contra el orden público, en toda lógica las iglesias no pueden reivindicar ninguna ventaja, ningún privilegio, ningún trato especial. Menos aún pueden ser dotadas de estatutos oficiales aparte de la ley común que rige la libertad de asociación. Finalmente, la ley estatal no debería reconocer como delitos la blasfemia o el sacrilegio, lo que llevaría inevitablemente a la institucionalización de la censura.

La primera manifestación del carácter laico de un país es la independencia del Estado y de todos los servicios públicos respecto a las instituciones o influencias religiosas (es el concepto del laicismo en el DRAE).

La laicización de los estatutos individuales, como servicios considerados indispensables para el funcionamiento de la sociedad, ha sido uno de los aspectos esenciales del ejercicio de la libertad y de la igualdad de derechos:

  • Nacimiento, vida y muerte son considerados no ya únicamente bajo el ángulo de la religión o de la pertenencia comunitaria, sino bajo el de la libertad individual.
  • Se subraya la igualdad de todos ante los servicios públicos. La eventual pertenencia a un grupo religioso, étnico, social… no puede ser tenida en cuenta en lo que concierne al acceso de los usuarios. La mención oficial de dicha pertenencia debe ser considerada discriminatoria. Parece evidente que la noción misma de servicio público está estrechamente ligada a la práctica de la “laicidad”.
  • La ley civil es la única habilitada para organizar los campos de la vida cívica y social. Los representantes del Estado, elegidos o funcionarios, respetan como contrapartida, en el ejercicio de su función, una absoluta neutralidad frente a las prácticas individuales o colectivas y observan una estricta obligación de reserva.
  • Finalmente, la escuela laica debe ser preservada de toda penetración económica, confesional o ideológica, incluso disfrazada de cultura. La escuela no es lugar de manifestación ni enfrentamiento de las diferencias; es un lugar donde se suspenden, de común acuerdo, los particularismos y las condiciones de hecho. La escuela debe proscribir toda forma de proselitismo.

Todo lo anterior no quiere decir que el Estado niegue las pertenencias comunitarias. Existen de hecho y son respetables con tal que no desafíen los principios de libertad individual, de dignidad humana, de igualdad. IV.- El futuro. Nuevos campos de aplicación

En un mundo caracterizado por las más profundas agitaciones de estructuras económicas, políticas, sociales y culturales que han conocido los siglos, la “laicidad” aparece como la respuesta a esta pregunta fundamental: ¿Qué hacer para superar la inquietud, la angustia, la indiferencia, el abandono de la noción de responsabilidad, la violencia?

En una sociedad cada vez más multicultural, la “laicidad” puede enseñar a los individuos a cooperar, a encontrar modalidades de buen entendimiento y a armonizar sus diferencias. Hemos descrito ya los peligros del comunitarismo. Ahora vemos nuevamente que los nacionalismos despiertan y se desarrollan en Europa, alimentándose de odios religiosos y étnicos. Queda la “laicidad” como única idea susceptible de respaldar las condiciones para una paz estable.

Queda aún mucho por hacer, en la misma Unión Europea, donde tan raros son los países cuyos dispositivos jurídicos y políticos se aproximen al sistema laico, o puedan evolucionar en este sentido. Las lógicas concordatarias en materia de religión siguen siendo las dominantes. Sin embargo, algunas señales nos mueven a afirmar que la evolución es posible: modificación de la ley de nacionalidad en Alemania, interrogantes cada vez más numerosos en dicho país sobre la fiscalidad religiosa. En Francia incluso –patria del concepto-, la idea de “laicidad” está lejos de ser universalmente aceptada. Debe aún ser defendida y entendida.

La intervención, cada vez más frecuente, del aparato judicial para regular especialmente problemas ligados a prácticas comunitarias (portar el velo islámico, retirada de crucifijos de las escuelas públicas…) es inquietante.

Los progresos de la ciencia deben poder ser liberados de toda influencia de grupos de presión, especialmente religiosos. El interés general y el respeto a la persona humana deben ser los únicos marcos de este progreso.

La laicización del estatuto de los cuerpos (amor y sexualidad, muerte, enfermedad) no ha concluido. La libre disposición de su cuerpo, las modalidades sociales de la vida de las parejas y familias, las garantías fundamentales de las libertades en ese marco, los derechos y dignidad de los niños, son otros tantos campos de aplicación de una “laicidad” garantía única de la libertad de los espíritus y los cuerpos.

En la composición de los comités de ética que son creados aquí y allá, es importante privilegiar la elección de sus miembros en función de su competencia y no de sus convicciones. El objetivo de estos comités ¿no es velar para que se den las condiciones necesarias y suficientes para el ejercicio de las libertades y el respeto a la dignidad humana, antes que tratar de mantener complicados equilibrios entre comunidades rivales?

  • “Laicidad” no es un concepto obsoleto sino, al contrario, una idea de progreso ante la cuál se abren múltiples campos de aplicación.
  • La “laicidad” es institucional. Es un marco legal, una regla de juego. Sus reglas son aplicables al conjunto del cuerpo social y no es el resultado de contratos evolutivos entre comunidades o grupos. No hay más que una sola “laicidad” que no puede ser calificada: no puede ser ni “nueva”, ni “plural”, ni “positiva”.
  • "Laicidad” es una noción que reposa sobre principios humanistas forjados durante el curso de la historia. Es una fuerte afirmación de sentido y valor al servicio de la libertad individual. Es el más seguro garante de la paz civil. Conlleva moral personal y ética social. Es acción y voluntad, en ocasiones resistencia; resistencia contra la comodidad de la renuncia, contra el confort del pensamiento único.